Estrella Ardiendo
El violín del padre de Jem fue hecho para él por el lutier Guaneri, quien hacía violines para músicos tan famosos como Paganini. De hecho Jem algunas veces pensaba que su padre pudo haber sido una clase de Paganini, famoso en todo el mundo por su interpretación, si no hubiese sido un Cazador de Sombras.
Los Cazadores de Sombras podían ser aficionados a la música o pintura o poesía, especialmente después de retirarse del deber activo, pero siempre eran Cazadores de Sombras antes y primero que nada. Jem sabía que su talento para el violín no era tan grande como el de su padre, quien le había enseñado a tocar cuando él era aun lo bastante joven para tener problemas para equilibrar el pesado instrumento, pero el tocaba por razones que iban más allá de solamente el arte.
Esta tarde se había sentido demasiado mal para unirse a los otros para la cena, con dolor en los huesos y una lasitud ascendente en sus extremidades. Finalmente había cedido y tomado solo el suficiente yin fenpara combatir el dolor y obtener un chispazo de energía. Luego había llegado el enojo por su propia dependencia, y cuando había ido en busca de Will, siempre la primera línea de defensa en contra de su adicción, su parabatai, por supuesto, no había estado ahí. Fuera de nuevo, pensó Jem, caminando por las calles como Diógenes, aunque con un propósito menos noble.
Entonces Jem había vuelto a su habitación y a su violín. Estaba interpretando a Chopin ahora, una pieza originalmente para piano que su padre había adaptado para el violín. La música comenzaba con dulzura pero se transformaba en un crescendo, uno que le exprimía cada cantidad de energía, sudor y concentración, dejándolo demasiado exhausto para sentir la necesidad por la droga que pinchaba sus terminaciones nerviosas como si fuera fuego.
De hecho, era una de las piezas que su padre, le había dedicado a su madre antes de casarse. El padre de Jem era el romántico, su madre era más práctica, pero la música la conmovía de cualquier modo. Su padre había insistido en que Jem la aprendiera,- “La toqué para mi novia, y un día, tu lo harás para la tuya.”
Pero nunca tendré una novia. El no pensaba en eso en un modo autocompasivo. Jem, como su madre, era práctico en la mayoría de las cosas, incluso en cuanto a su propia muerte. Era capaz de mantener el hecho a un brazo de distancia y examinarlo. Cada uno de los chicos del Instituto era peculiar, pensó Jem: Jessamine, con su amargura y su casa de muñecas; Will con sus mentiras y secretos; y él mismo – su agonía era solo otro tipo de peculiaridad.
Se detuvo por un momento, jadeando por aire. Estaba tocando junto a la ventana donde era más fresco. Había abierto solo una rendija, y el amargo aire de Londres le tocaba las mejillas y el pelo como dedos cuando el arco en su mano se detuvo. Estaba de pie en un parche de luz de luna, plateado como el polvo de yin fen…
Cerró sus ojos de pronto y se lanzó de nuevo en la música, el arco rasgando contra las cuerdas como un llanto. A veces el deseo de la droga era tan sobrecogedor, más fuerte que el deseo por comida, por agua, por aire, por amor…
La toqué para mi novia, y un día, tú lo harás para la tuya. Jem se aferró a ese pensamiento con resolución. Algunas veces se preguntaba cómo sería el mirar a las chicas, del modo en que Will lo hacía, con sus ojos azul oscuro rastrillándolas, ofreciéndoles insultos y cumplidos lo bastante alto para que conseguir ser abofeteado al menos cada Navidad. Jem quería compañía casual, algunas veces cuando una chica bonita coqueteaba con él, o cuando se sentía especialmente solitario.
Pero Jem no lo hacía, no podía, pensar en chicas de modo tan casual. Suponía que un affair podría ser posible, pero eso no era lo que él quería. El quería lo que su padre tuvo – la clase de amor sobre el que escriben los poetas. La manera en que sus padres se veían el uno al otro, la paz que los había envuelto cuando estaban juntos. Una imitación de ese amor, no le daría eso, y sería una pérdida de tiempo, podría perderse la oportunidad de algo real – y no tendría tantas.
Un retorcijón lo recorrió cuando su necesidad por la droga se incrementó, y él aceleró su interpretación. Trató de no mirar a la caja en su mesa noche. En momentos como este, se preguntaba por qué no tomar puñados esa cosa de una sola vez. Muchos quienes eran adictos al yin fen lo tomaban sin cesar hasta que morían por la eufórica sensación de ser implacables e indomables, de tener la fuerza y el poder de una estrella. Era esa euforia lo que los mataba al final, quemándoles los nervios, aplastando sus pulmones, y agotando sus corazones. Como el Viejo Maestro había dicho en el Tao Te Ching, la luz que arde doblemente, arde a medias al final.
Algunas veces Jem sentía como si quisiera arder. A veces no sabía por qué luchaba en contra de la droga, por qué le daba más valor a una vida larga de sufrimientos que a una vida corta sin dolor. Pero luego se recordaba a sí mismo que la falta de dolor solo sería otra ilusión, como la casa de muñecas de Jessamine, o las historias de Will, sobre burdeles y palacios de Ginebra.
Y si fuera verdaderamente honesto, él sabía que sería el fin de sus oportunidades para encontrar el amor que sus padres tuvieron alguna vez. ¿Porque eso es lo que es el amor, no es así? – ¿Encender un fuego brillante en los ojos de alguien más?.
Continuó tocando. La música se había elevado a un crescendo. Estaba respirando con dificultad, el sudor brotando de su frente y clavículas a pesar del aire frío de la noche. Escuchó el clic de la puerta de su habitación, mientras se habría detrás y un alivio se derramó sobre él, aunque no dejó de tocar. “Will”, dijo, después de un momento. “Will, eres tú?”.
Solo hubo silencio, inusual de Will. Quizás Will estaba molesto por algo. Jem bajó el arco y se volvió frunciendo el ceño. “Will—“comenzó.
Pero en absoluto era Will. Una chica estaba parada titubeante en la entrada de su dormitorio, una chica en una blanca camisola de dormir con un camisón encima. Sus ojos grises eran pálidos en la luz de la luna pero tranquilos, como si nada en su apariencia le sorprendiera. Era la chica bruja, se dio cuenta de pronto, aquella sobre la que había hablado Will más temprano; pero Will no había mencionado la cualidad que ella tenía, de una quietud que hacía que Jem se sintiera tranquilo, a pesar de su ansiedad por la droga, o la pequeña sonrisa en sus labios que iluminaba su rostro.
Debío haber estado ahí por muy poco tiempo, escuchándolo tocar: la evidencia de que lo había disfrutado estaba en su expresión, en la soñadora inclinación de su cabeza.
“Tú no eres Will,” dijo él y de inmediato se dio cuenta de que era una cosa terriblemente estúpida para decir. Cuando ella comenzó a sonreír, el sintió crecer una sonrisa en respuesta en sus propios labios. Por tanto tiempo, Will había sido la persona que él más quería ver cuando estaba así, y ahora, por primera vez, le dio gusto de no ver a su parabatai; sino a alguien más en vez de él.
Fuente
Artículo editado y publicado por Pandemonium Club Chile
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